El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 18 de junio de 2012

Papi ¿Cuanto me amas?


            Esta es una de tantas historias que circulan por la red. Pero para mí no ha sido una más, ya que he llorado como hacía tiempo no lo hacia, y me apetece compartir mis lagrimas con vosotros.


            El día que mi hija nació, en verdad no sentí gran alegría, ya que la decepción que sentía, parecía ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija.
¡Yo quería un varón!
            A los dos días de haber nacido fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y agotada, y la otra radiante y dormilona.
            En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Carmencita, y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura.
            Su carita, su sonrisita y su mirada, no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacia planes sobre planes, todo sería para mi Carmencita.
            Este relato era contado a menudo por Rodolfo, el padre de Carmencita, y yo, también sentía gran afecto por la niña, que era la razón más grande para vivir de Rodolfo, según decía él mismo.
            Una tarde estaba mi familia y la de Rodolfo haciendo picnic a la orilla de un río, cerca de casa, y la niña entabló una conversación con su papá, todos escuchábamos:
-          Papi,….. cuando cumpla quince años, ¿Cuál será mi regalo?
-          Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos, ¿No te parece que falta mucho para esa fecha?
-          Bueno papito,….. tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.
La conversación se extendía y todos participábamos de ella. Al caer el sol regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Rodolfo enfrente del colegio donde estudiaba Carmencita, quien ya tenía catorce años. Rodolfo se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostraba las calificaciones de Carmencita. Eran notas impresionantes, ninguna bajaba de diez puntos, y las anotaciones que habían escrito sus profesores eran realmente conmovedoras. Felicité al dichoso papá.
Carmencita ocupaba toda la alegría de la casa, ocupaba la mente y el corazón de toda su familia, especialmente el de su papá.
Fue un domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a misa, que Carmencita tropezó con algo, eso creímos todos, y dio un traspiés. Su papá la agarró de inmediato para que no cayera. Ya instalados en la iglesia, vimos como Carmencita fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.
La tomamos en brazos mientras su papá buscaba un taxi para ir al hospital.
Allí permaneció durante por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no parecía ser algo definitivo, había que practicarla más pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
Los días iban pasando, Rodolfo renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de Carmencita. Su madre quería hacerlo, pero decidieron que ella trabajara, ya que sus ingresos eran superiores a los de él.
Una mañana, Rodolfo se encontraba al lado de su hija, cuando ella le preguntó:
-          ¿Voy a morir, no es cierto?, ¿Te lo dijeron los doctores?
-          No mi amor,…. No vas a morir. Dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más amo sobre este mundo. Respondió el padre.
-          ¿Van a algún lugar?, ¿Pueden ver desde lo alto a su familia?, ¿Sabes si pueden volver? Preguntaba su hija.
-          Bueno hija,…… en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso. Pero si yo muriera no te dejaría sola. Estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo. En última instancia utilizaría el viento para venir a verte.
-          ¿Al viento?, y ¿Cómo lo harías?
-          No tengo la menor idea hijita. Sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Rodolfo. El asunto era grave. Su hija se estaba muriendo. Necesitaba un corazón, pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más.
-          ¡Un corazón!
-          ¿Dónde hallar un corazón?
-          ¡Un corazón!
-          ¿Dónde, Dios mío!
Ese mismo mes Carmencita cumpliría sus quince años. Y fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante. Una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a cambiar.
El domingo por la tarde ya Carmencita estaba operada. Todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total!
Sin embargo, Rodolfo todavía no había vuelto por el hospital y Carmencita lo extrañaba muchísimo. Su mamá la decía que todo estaba muy bien, y que su papito será el que trabajaría para sostener a la familia.
Carmencita permaneció en el hospital por quince días más. Los médicos no habían querido dejarla ir, hasta que su corazón estuviera firme y fuerte, y así lo hicieron.
Al llegar a casa se sentaron en un enorme sofá, y su mamá con los ojos llenos de lágrimas la entregó una carta de su padre.
“Carmencita, hijita de mi corazón. Al momento de leer mi carta, ya debes de tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho. Esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te operaron.
No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez añitos, y a la cual no respondí.
Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás haría por su hija….
Te regalo mi vida entera, sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras.
¡¡Vive hija mía!!, ¡¡Te amo con todo mi corazón!! 

Carmencita lloró todo el día y toda la noche, y al día siguiente fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá. Lloró como nadie lo ha hecho jamás y susurró:
-          Papi,….. ahora puedo comprender cuanto me amabas. Yo también te amaba y nunca te lo dije. Ahora comprendo la importancia de decir “Te amo”, y te pido perdón por haber guardado silencio tantas veces.
En ese instante, las copas de los árboles se movieron suavemente, cayeron algunas hojas y florecillas, y una suave brisa rozó las mejillas de Carmencita. Alzó la mirada al cielo, intentó secar las lágrimas de su rostro, se levantó, y emprendió el regreso a su hogar.

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Nunca dejes de decir “Te amo”
No sabes si será la última vez
Cada día, a cada instante, expresa tu amor.


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